jueves, 28 de abril de 2011

HOTEL EN SHANGRI-LÁ

La editorial independiente La pluma de Mompox ha reunido 65 libros de todos los géneros en la colección Voces del fuego. Testigos del Bicentenario, una iniciativa casi increíble que debe ser el gran suceso de la próxima Feria del Libro de Bogotá, y un llamado de atención para las multinacionales del libro, cada vez más timoratas. Participo en ella con Hotel en Shangri-Lá, Premio Nacional de Cuento de la Universidad de Antioquia en 2002. Les comparto la carátula y algunos comentarios.

El megacentro comercial de Hotel en Shangri-Lá es al mismo tiempo parque de atracciones y prisión, brillo consumista y aturdimiento existencial. Pero dentro de la maquinaria de cartón piedra y plástico pululan todavía pasiones y frustraciones, atrocidades y esperanzas de sangre y sueños. Los personajes que emigran de un relato a otro y sus diálogos que oscilan entre el vacío y la sorpresa guían al lector, cual cautelosa brújula, por este mar lleno de despojos del pasado y fragmentos a menudo incoherentes de globalización, referencias cinematográficas y relampagueos irónicos.
El bello título se puede interpretar de distintas formas, una de las cuales es: en la felicidad siempre somos pasajeros de tránsito. Y encima a veces ni siquiera nos damos cuenta. He aquí el difícil e incierto escenario elegido por Octavio Escobar en una obra que representa una nueva etapa en su sólida trayectoria, confirmando la vigencia de su pluma como una de las propuestas narrativas más intrigantes del panorama colombiano actual.
Danilo Manera. Universidad de Milán


En Colombia los buenos libros de cuentos son escasos. Por lo regular los escritores reúnen historias de tonalidades y temáticas diversas, con la esperanza de que el número de páginas y el artificio tipógráfico resuelvan las exigencias de la unidad. Por eso es muy saludable encontrar un texto como Hotel en Shangri-Lá, merecedor del Premio de la Universidad de Antioquia en el año 2002.
El autor, Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962), es quizás uno de los escritores más discretos, más premiados y también más audaces de la llamada, pomposamente, nueva literatura colombiana. En sus breves textos -El álbum de Mónica Pont (Premio de Novela José Eustasio Rivera, 2003) y Saide (Premio Nacional de Novela Negra, 1995)- ha logrado un certero equilibrio entre dudosos, y tal vez inexistentes, pormenores de una historia y la dosificada experimentación formal. En otros, como De música ligera, se leen dos o tres cuentos verdaderamente antológicos, suficientes para ganar el Premio del Ministerio de Cultura en 1998.
Con una técnica contenida -demasiado convencional dirán algunos-, Hotel en Shangri-Lá reúne seis historias atravesadas por el eje común de una atmósfera, unas imágenes y unos cuantos fragmentos de vidas a medias, que se entrecruzan en el Megacentro Babilonia, alegoría del mundo globalizado, instantáneo, desechable y literario escenario donde los personajes consumen por igual la gonorrea y la hamburguesa. La sencillez y aparente facilidad de los diálogos y las situaciones esconde un trabajo de orfebrería, una voluntad del narrador -no siempre alcanzada-, de diferenciarse de sus personajes.
Cierto: algunos cuentos son mejores que otros y los escasos guiños técnicos a Raymond Carver podrían eludirse. Pero por fortuna no estamos ante un autor higiénico y Escobar Giraldo tiene los saludables defectos de todo buen escritor, virtud de la que algunos carecen,
Es un lugar común -y también una estupidez contemporánea- creer que Escobar Giraldo sólo será un buen escritor en la medida que nos despache sucesivas y voluminosas novelas... Bastan sus cuentos y sus breves novelas que acaso merezcan algo más que los abrumadores premios.
Pedro Badrán Padauí. Semana Libros


Cuando un escritor gana un solo concurso deja la sensación de que es como si hubiera resultado elegido por el azar dentro de esa cierta ruleta que son los premios, pero cuando gana tantos, en diferentes lugares y con jueces tan disímiles, es porque algo bueno tiene que tener, sin duda.
Y lo tiene, como por ejemplo un impecable manejo de la oralidad y un uso efectivo de las estructuras narrativas. Escobar es lo que algunos llamarían un escritor posmoderno, en cuyos textos la sensación de desasosiego, el escepticismo, la hibridación de géneros, la vida insular, lo trivial y lo inmediato son elementos notables. Todo esto sumergido dentro de ambientes en los que la música ligera, el hiperritmo de la publicidad, el cine barato, el zapping, el shoping, el fast food, la internet, el MTV, entre otros elementos que terminaron volviéndose cotidianos en la era global, son característicos.
Comparte, pues, esa literatura bastarda parecida, en su propuesta y ciertos temas, a la de Alberto Fuguet y otros escritores latinoamericanos que se clasificaron bajo el rótulo del McOndo: escritores alejados de realismos mágicos y de compromisos políticos, así como intentos de renovación histórica; escritores complemente urbanos, de una nueva moral y sensibilidad.
Hotel en Shangri-Lá podría ser, entonces, una miestra de todo esto. Se trata de seis relatos en los que los personajes comparten un mismo ambiente: un megacentro comercial y un hipermercado en el que el consumo desmedido, la publicidad y los medios electrónicos saltan a la vista. Asimismo, aunque cada relato puede leerse como una historia independiente y con una intención concreta, también cada uno complementa al otro, le suma elementos para crear un conjunto en el que todos los cuentos se necesitan, los personajes van de uno a otro, haciendo cada vez más difícil la calificación del libro como una de cuentos, pues también podría leerse como una novela. La narración, a su vez, mantiene un tono parejo y cierta coherencia de estilo. También está, como se dijo, una misma visión de mundo: el escepticismo, lo insular, el dinero como felicidad, el consumo, la apatía ante ciertos problemas. Ya no es esa violencia campesina la que toca, es otra violencia, sicarial, metida en las ciudades, la que está presente. Ya no es la preocupación por lo que hay afuera, es el vacío interior, el egoísmo del "sálvese quien pueda". Temas que se hacen presentes en el libro, escondidos entre diálogos cotidianos, situaciones tan corrientes que parecerían absurdas.
Hotel en Shangri-Lá es, pues, como lo calificó el escritor medellinense César Alzate, "una metáfora de la contemporaneidad", en la que lo liviano y lo cotidiano están presentes y no se vislumbran dejos de realismos mágicos. Es, más bien, otra escritura para revelar nuevas preocupaciones existenciales, otra forma de vida en la que lo aparentemente banal esconde una nueva mirada, convirtiendo a la obra en un reflejo de esta otra cara que ha terminado por tomar este mundo.
J.C. Jaramillo. Pie de página

Hotel en Shangri-Lá es aún más atractiva en la línea de mostrar la otra Colombia, porque a la vez engancha con un escenario más universal, lo que acá conocemos como mall y en Colombia se llama megacentro. Sí, en torno al Megacentro Babilonia con sus cines, tiendas y el hipermercado –El-Hip, con el símbolo de un hipopótamo- giran los seis cuentos de este breve libro, con personajes que protagonizan alguno para reaparecer luego como secundarios, historias que se entrelazan de manera sutil y que conviene leer en el orden propuesto por el autor; en ese sentido, uno podría entender que el libro, más que una colección de cuentos, es una extraña forma de novela, puesto que además el último relato, si bien es el más desgajado de las temáticas del resto, aparece también como un cierre perfecto para todas las historias. Allí, en el último, asoman también la violencia y el terrorismo, pero desde una mirada que no explica ni justifica ni racionaliza, sino que enfoca los hechos desde –una vez más- la vida cotidiana de los personajes. La rebeldía ecológica de una hija poco más que adolescente y su relación de amor-odio con su hermana menor, una pareja mal avenida, los premios que entrega El-Hip a la compra número cien mil, un administrador de bares que los cierra y huye cada vez que le va mal en una relación amorosa, un vendedor con una fantástica memoria para la trivia que es confundido con un psiquiatra: allí está parte del universo de estos cuentos que ojalá, ojalá, alguna editorial de distribución regional rescate y ponga en circulación para muchos más lectores. Escobar Giraldo se lo merece.
Rodrigo Pinto. Post (Chile)

No hay comentarios:

Publicar un comentario